Un relato Navideño.
Hola a todos y bienvenidos un lunes más tras un fin de semana de lo más intenso.
Además de las elecciones, realmente decisivas e importantes, en mi comunidad hemos sufrido una terrible oleada de incendios provocados, más de cien, lo que ha sido devastador para muchísimas personas y animales.
No quiero entristecer a nadie pero no podía dejar de decirlo, lo siento. Y sin ser más pesada vamos a lo nuestro.
Ya sabéis que quiero tomarme unos días de descanso, quiero estar con la familia y centrarme en ellos estas fiestas, así que se me ha ocurrido poner un relato navideño como despedida.
Todos los que tengo son muy largos pero he recordado este, que además fue ganador en un certamen. Y lo mejor es que es una historia real así que imaginad la ilusión cuando me dijeron que había ganado con la historia de alguien querido.
Lo que cuento le ocurrió a un familiar directo nuestro tal como lo cuento, y es que como decía mi abuelo, que por cierto no era creyente, Dios aprieta pero no ahoga...
Y sin más rollo aquí va la historia, espero que no se os haga demasiado larga.
CAMILO.
Decía mi abuelo que en esta vida todo tiene solución
menos la muerte; y con el paso del tiempo me he dado cuenta de que tenía razón.
Había sido su vida difícil y dura, pero jamás se había dejado vencer por la
desesperación. Por eso, cuando me oía lamentarme por nimiedades que podían
resolverse con un poco de esfuerzo o simplemente con una mínima dosis de
paciencia, recurría a alguna de sus viejas historias para hacerme entender que
todo puede cambiar de un momento a otro, solo hay que tener fe y esperanza.
Y
esta historia que ahora vuelve a mi memoria y me hace sumergirme en recuerdos
enterrados siempre nos la contaba en Nochebuena. Después de cenar, sentado en un viejo taburete y cerca de la cocina de
carbón que no apagábamos en toda la noche, mi abuelo viajaba al pasado como voy
a hacerlo yo, y cerraba los ojos mientras el humo del cigarro ascendía y
difuminaba su cara, y empezaba a hablarnos en voz baja…
… Estaba yo por aquellos años soltero, y
vivía con mi hermana, mi cuñado y mi pequeña sobrina de dos años.
Mi cuñado era
mi mejor amigo desde que éramos niños, habíamos crecido juntos en tierras gallegas y habíamos emigrado juntos; éramos por entonces, a pesar de estar lejos de nuestro hogar y de ser muy pobres, personas felices, nuestros corazones estaban limpios y llenos de alegría y
disfrutábamos de los pequeños momentos y de las pequeñas cosas, esas pequeñas
cosas que pueden ser tan grandes.
La vida en un poblado minero del norte en
aquellos duros años de posguerra era difícil, sobretodo porque no teníamos a
nadie más en el mundo, habíamos emigrado hacía demasiado tiempo y ya no nos
quedaba nadie.
Por aquellas fechas le surgió la oportunidad
a Camilo, mi querido cuñado, de ir a Madrid a hacer un curso que le garantizaba
un mejor puesto de trabajo en la mina, porque en aquellos momentos estaba en
uno de los peores, no entraba dentro, su trabajo se realizaba fuera y era una categoría que no estaba bien pagada,
bueno, más bien cobraba una miseria.
Cinco habían sido los elegidos para realizar aquel curso y no quería él dejar
pasar la oportunidad de ofrecer una vida mejor a su familia.
Mi hermana y yo
juntamos el dinero que teníamos para que lo llevase, pues los dueños de la mina
le pagaban el curso, el billete de tren y el alojamiento, pero debían ellos procurarse la
comida y al parecer la vida en Madrid era cara, sobre todo para alguien de
provincias que vivía con medios limitados o más bien escasos.
Nuestra situación
era tan precaria que pedimos dinero prestado a los vecinos, pues el que
teníamos era insuficiente para afrontar un mes entero en la capital, así que tragándonos el orgullo y prometiendo
devolverlo cuando Camilo empezase a trabajar, mi hermana y yo fuimos de puerta
en puerta pidiendo lo que buenamente pudiesen prestarnos.
Por entonces
los vecinos no eran simplemente unas personas que habitan la casa de al lado,
eran gentes buenas que se ayudaban unos a otros, gentes con corazón con los que podíamos contar, así que tras varios días hablando con
ellos y explicando nuestra situación, reunimos una modesta cantidad, pues todos aportaron lo
que tenían, y conseguimos lo justo para comer durante el mes que duraba el
curso.
Una fría mañana, cuando la niebla aún
disfrazaba el cielo y parecía que ni siquiera había amanecido, puso Camilo
rumbo a la capital, en un vagón de tercera, de esos de bancos de madera.
Pasó el viaje entre una señora con un niño
que no paraba de llorar y un hombre cuyas gallinas no paraban de cacarear.
Al
principio no le molestaban, más sentía que acompañaban sus melancólicos
pensamientos, pero había acabado cansado de cacareos y gritos después de muchas
horas en aquel incómodo asiento.
Cuando bajó
del tren y guió sus pasos a la capital, se sintió tremendamente pequeño. Nunca
había visto otra cosa que su aldea natal en Galicia y el poblado del norte donde vivía, y
aquella masa de edificios y el bullicio de la gente le asustaba.
Pero sus ganas de aprender y aprovechar la
oportunidad de cuidar a su familia eran tan grandes que pronto logró adaptarse
al ritmo de la ciudad, aunque vivía pensando en regresar a casa y celebrar las
navidades con nosotros.
Cada mañana se levantaba temprano para ir al
local donde recibía clase, una vieja estancia con unos pupitres de madera
barnizados en un vano intento de disimular la carcoma y un suelo de linóleo
brillante que retumbaba con los pasos del profesor. A mediodía paraban para
comer, y había descubierto él una panadería donde vendían bocadillos a buen
precio, así que siempre compraba uno, y el panadero, hombre bueno y compasivo,
le regalaba un vaso de vino para acompañar aquel seco bocado. Luego volvía a
sus clases hasta la caída de la tarde, y regresaba a su triste pensión paseando
y pensando, pues eran esos los pocos momentos que tenía libres para poder pensar
e imaginarse lo mucho que habría crecido la niña o las nuevas palabras que
habría aprendido. Y echaba terriblemente de menos entrar en una casa que oliera a hogar, a leña,a
humo y comida, aunque fuese una comida sencilla y modesta.
De camino a su
habitación compraba un bocadillo en un bar que también ofrecía buenos precios y
luego se encerraba en su habitación a estudiar.
Desde su
ventana sentía las risas cantarinas de los niños, y de nuevo pensaba en su
hijita. Añoraba aquellos ojos luminosos que le daban fuerzas para luchar y le hacían sentir importante.
Y añoraba a su
esposa. Se la imaginaba caminando solitaria por el pueblo con su niña,
esperando el regreso de su marido. Y sacudiendo la cabeza, de nuevo volvía a
sumergirse en su mundo de libros.
Llevaba algunos días allí cuando empezó a
encontrarse mal. La cabeza le dolía tanto que apenas podía abrir los ojos, y
los escalofríos recorrían su cuerpo cada segundo. Pero a pesar de todo, había
asistido a clase, no podía dejar pasar aquella oportunidad y seguramente no
tenía nada serio. Y allí estaba, intentando prestar atención al maestro cuando, en
mitad de una explicación, se había desmayado.
Despertó en una cama desconocida, y un
hombre de sonrisa amable y ojos bondadosos le decía que no se moviese. Asustado
preguntó donde estaba, y el hombre de los ojos bondadosos le dijo que se
tranquilizase, no pasaba nada. Estaban en el local donde daban clases, que
tenía camas para profesores que se alojaban allí. Él era médico, pero no debía
asustarse, no tenía nada grave, solo agotamiento, sin duda por la frugalidad de
sus comidas, y tenía también un fuerte
catarro debido a su ligera indumentaria. Debía abrigarse más, o el catarro
podía derivar en pulmonía.
Camilo
escuchaba en silencio, recordando que su suegro había muerto de pulmonía y
sintiendo miedo, porque si él faltaba su familia quedaría en una situación
realmente dramática. No podía morirse ahora, y seguía repitiéndose que tenía
que sacar adelante a su hija, pero no podía comprar un abrigo, no tenía dinero.
Si lo hacía, no podría comer.
Ese día regresó a la pensión y se metió en la
cama, necesitaba descansar y decidió olvidar los problemas durante un tiempo, o
más bien dejarlos en manos de Dios. Y la verdad es que fue la mejor decisión,
porque al día siguiente se levantó bastante mejor. Además ese día, casualmente,
no tenía clase, por lo tanto podía salir y mirar algún abrigo, quizás en algún
lugar hubiese alguno asequible.
En cuanto abrió la puerta del viejo edificio
donde gastaba sus horas, un viento helado le cortó la respiración. Ligeros
copos de nieve caían del cielo, y las aceras empezaban a cubrirse con aquel
níveo manto. Ignorando aquellas dificultades, caminaba Camilo por la calle en busca de un
abrigo.
Entró en las
tiendas que había por el camino, tiendas cuyos escaparates mostraban buenos
abrigos de paño y elegantes sombreros, tiendas con olor a fieltro y cuero, con
dependientes que sonreían detrás de un mostrador abrillantado y que llevaban un
metro alrededor del cuello. Y cuando los amables caballeros le decían el precio
de los abrigos, Camilo simplemente se daba la vuelta y abandonaba el
establecimiento murmurando un Muchas gracias y que tengan un buen día.
Estaba ya empezando a desesperarse después de entrar en bastantes
establecimientos, cuando sin darse
cuenta llegó al Rastro. Así, de repente, dobló una esquina y vio aquel
fantástico mercado al aire libre tan lleno de vida.
Esperanzado, empezó a
deambular entre los puestos, mirando hasta que vio un puesto que llamó su
atención. Lo regentaba una anciana enlutada de arriba abajo que apenas se
cubría con raídas ropas y que llevaba un pañuelo negro anudado alrededor de su
cara. Tenía diversas prendas de ropa, todas de segunda mano, con precios muy
inferiores a los de otros puestos. Sorprendido, Camilo había preguntado a la
vendedora el motivo de tan bajo precio. ¿Estaban, tal vez, estropeados? ¿Eran
acaso robados?
La mujer le había
explicado, con un dulce acento gallego que le transportó a su tierra, que aquellas prendas las donaban las
familias pudientes cuando algún miembro fallecía. Vamos, que eran ropa de
muerto.
Camilo estaba tan desesperado que no le había dado importancia, sus
mayores tesoros, el reloj de bolsillo y una corbata negra con la que se había
casado habían pertenecido a su padre y estaba muerto, y buen cariño que les
tenía. Así que pensando que tal vez había encontrado la solución, había
sonreído a la anciana y había pedido un abrigo barato para él. Después de
hurgar en la pila de ropa, la mujer había sacado un abrigo de paño oscuro que
parecía muy caliente. Camilo se lo había probado, y aunque le quedaba bastante
grande, había decidido comprarlo. La tendera, al despedirse, le había regalado
un costurero para que arreglase el abrigo.
Camilo volvió
a la pensión feliz. Después de todo tenía abrigo, había gastado menos de lo pensado
y pronto volvería a casa. Eran días especiales y la Navidad se dejaba sentir
por todas partes. Nunca había visto calles tan adornadas, y comercios tan
esplendorosos, llenos de colores y de luces, mostrando tantos artículos bonitos.
La gente pasaba a su lado con paquetes, y él, a pesar de que jamás fue persona
ambiciosa y siempre se sentía bien con lo poco que tenía, al ver tantas cosas bonitas
a su alrededor lamentaba ser pobre. ¡Si pudiese volver a casa cargado de
paquetes para su familia! Al verse rodeado de tanto consumismo, la felicidad
que había sentido minutos atrás, quería esfumarse.
Cuando llegó a la pensión volvía a sentirse
esperanzado, así que decidió empezar a arreglar su abrigo,
pues lo necesitaba con urgencia.
No había empezado siquiera a cortar la dura
tela cuando llamaron a su puerta. Sorprendido por tan repentina intromisión,
había abierto, y para su sorpresa tenía en el umbral de su habitación a su
casero, un hombre enjuto y taciturno que apenas intercambiaba una palabra con
sus inquilinos, y en silencio y con
gesto adusto, le entregaba una carta urgente. Agradeciéndoselo, Camilo cerró la
puerta y con el corazón en un puño empezó a leer.
Querido
Camilo;
No quise preocuparte hasta ahora, por eso he
intentado arreglar esto yo sola pero todo se ha complicado tanto que ya no sé
que hacer. Sabes que te habíamos entregado todo el dinero que teníamos para que
pudieses hacer el curso, pero no te había dicho que dejé el alquiler de la casa
sin pagar y ahora nos lo reclaman. He intentado hacer frente a la deuda, pero no
he podido. Si no deposito el dinero en una semana, debemos abandonar la casa
antes de Nochebuena. Mi hermano y yo estamos desesperados, porque a él ya no le
dan más adelantos en la mina, y solo se me ocurre que hables con alguien de la
capital que quiera respaldarte, explicando que pronto volverás a trabajar, y
pagaremos lo que debemos. Angustiados quedamos a la espera de tu respuesta. Te
quiere; Elvira.
Al terminar de
leer sentía como todo a su alrededor se desmoronaba y el pobre Camilo perdió
las pocas esperanzas que conservaba. De pronto volvía a sentirse derrotado, su
fe empezó a tambalearse y no sabía qué hacer excepto llorar.
Pero después de
hundirse, cuando se toca fondo, siempre se vuelve a salir a flote, así que
cuando se le agotaron las lágrimas decidió que era el momento de levantarse y siguiendo
el consejo de su mujer, fue a hablar con la persona que les impartía las clases,
pues era la única persona que conocía allí que tuviera cierto prestigio y
pudiera respaldarle.
Al oír su caso el hombre le había comprendido, y compadeciendo
a Camilo, pues era un buen estudiante y una buena persona, aceptó hablar con
los responsables de las viviendas para explicar su situación. Desde allí mismo
llamó por teléfono a alguien, Camilo nunca supo a quien. Al colgar le explicó
que su problema era muy serio. Sus casas eran viviendas de empresa, no de un
particular, y si no pagaban, les echaban a la calle. Las normas eran muy
estrictas y el único arreglo era pagar pronto. Lo lamentaba de corazón pero no
podía hacer nada, eran unas normas que no admitían excepciones.
Agradeciendo la
información, Camilo se fue caminando sin rumbo, pensando en todo lo que le
estaba pasando y rezando para encontrar una solución. Y por eso, cuando vio un
banco, entró para intentar pedir un préstamo, algo que él sabía que se hacía en
algunas ocasiones, pero nada más que se acercó a la ventanilla, el empleado,
mirándole de arriba abajo, y tras comprobar que ni siquiera llevaba abrigo, se
negó a que el director le recibiera.
Camilo captó la situación, y a pesar de que
su corazón lloraba lágrimas de sangre volvió a su pensión para arreglar el
abrigo y probar suerte en otro banco, uno donde las personas tuviesen corazón.
Cansado y pensativo, empezó a descoser el forro para dejarlo lo mejor posible,
pensando en lo bien que le venía que su difunta madre hubiese sido modista y le
hubiese enseñado a coser un poco.
De pronto, mientras pensaba en alguna idea
para afrontar su problema las tijeras tropezaron con algo duro y casi se
rompen. Lamentándose por su mala suerte, metió la mano debajo del forro y sorprendido
sacó unos papeles doblados, seguramente metidos allí por su anterior
propietario para que el abrigo diese más calor. Mirándolos detenidamente, vio
que los papeles no parecían haber sido puestos para dar calor, en realidad eran
billetes, verdaderos billetes de banco.
Sorprendido, pensó que a lo mejor no
valían nada, quizás fuesen anteriores a la guerra, pero pudo comprobar que eran
actuales. Y siguiendo un presentimiento descosió todo el forro del abrigo,
encontrando una buena cantidad de dinero.
¡No podía
creérselo! Tan pronto reía como lloraba, y a veces se asustaba pensando que
fuese alguien a reclamarlo, pero recordaba que su abrigo había pertenecido a
alguien que estaba muerto, así que era suyo.
Cuando se hubo
calmado volvió a hablar con la persona que le daba clases para que volviese a
llamar y le dijesen donde debía pagar, pues estaba en disposición de hacerlo.
El hombre,
sorprendido por tan repentino arreglo quiso saber el origen del dinero, a lo que
Camilo había contestado que se lo había prestado un amigo. No le gustaba
mentir, jamás lo había hecho, pero en esta ocasión había demasiadas cosas en
juego y sabía que por una vez podía usar una mentira piadosa. Después de llamar,
el hombre le explicó que debía hacer un depósito en un banco, precisamente en
el banco donde no habían querido atenderle.
Y
tras despedirse de su maestro, Camilo emprendió con paso raudo el camino que
habría de llevarle hasta el banco, y, decidido, entró en el local preguntando
por el director. Cuando el empleado iba a echarlo, le había mostrado una
esquina de los billetes, diciendo que podía ir a otro banco, la decisión estaba
en sus manos.
El empleado, deshaciéndose en disculpas le pasó al despacho del
director, para realizar el pago. Y cuando ya tenía hecho el pago y sabía que ya
no nos iban a quitar la casa, se detuvo un instante delante del empleado y le
dijo que jamás se debe juzgar a nadie por las apariencias, porque él tenía la
apariencia de un caballero y su corazón era de acero, en cambio podría hablarle
de una anciana enlutada con ropas casi raídas que tenía un corazón inmenso, y
gracias a ella estaba él allí. Y dejando sin palabras al engreído empleado
Camilo salió del banco.
A partir de aquel momento los días pasaron mucho
más rápido. Iba a clase y estudiaba con ahínco para volver pronto a casa, y
paseaba por las calles envuelto en su abrigo y empapándose del ambiente
navideño.
El curso había llegado a su fin y Camilo
pudo volver. El día antes de marchar, había ido a la plaza mayor a comprar
regalos para su mujer, su hija y para mí. Y entre esos regalos no pudo evitar
comprar un paquete de castañas calentitas y unas zapatillas de paño para la
anciana que le había vendido el abrigo. Si no le hubiese regalado el costurero
seguramente nunca habría encontrado el dinero.
Y después de
dejar atrás la capital, y rodeado por la bruma del amanecer y el frío de la
nieve que ya estaba gris y pisoteada, de nuevo viajó en un vagón de tercera, en
un duro asiento de madera, entre niños ruidosos y gallinas, pero esta vez no le
parecieron molestos porque en poco tiempo volvería a abrazar a los suyos.
Cuando el tren
entró en la estación vio a su pequeña familia en el andén, el vapor y la niebla
difuminaba sus figuras pero él podía imaginar nuestras caras de expectación,
pues aún no sabíamos de donde había sacado el dinero y esperábamos ansiosos la
historia que guardaba su corazón. Después de los abrazos y los besos empezó la
lluvia de preguntas, y Camilo contestó a todas.
En casa, envuelto por los aromas familiares que
tanto había añorado y sintiendo que podía cuidar a su familia, mi querido cuñado
sacó el dinero que le había sobrado y
fue casa por casa para devolver lo que nos habían prestado nuestros
vecinos, pues aunque lo habían hecho de corazón todos lo necesitaban en
aquellos difíciles días y nosotros teníamos la oportunidad de devolvérselo.
Aquellas navidades fueron
realmente especiales para nosotros, con paquetes de regalos y juntos alrededor
de la mesa. Los regalos eran cosas sencillas pero tan llenas de amor que nos
parecieron grandes e inmensas, y estaban impregnados de la ilusión que había
puesto Camilo en cada uno de ello. Por la noche, al volver de misa del Gallo, que entonces era una tradición, yo
conocí a vuestra abuela, y el círculo de mi familia quedó cerrado.
Con el paso del tiempo la situación
económica fue mejorando, Camilo tuvo el puesto que le habían prometido y yo me
casé y tuve mi propia casa y familia, y el resto de la historia ya lo sabéis, formáis
parte de ella.
Y Tirando la colilla a la cocina de carbón, mi abuelo se levantaba del taburete y se sentaba con nosotros a cantar villancicos mientras yo no podía dejar de pensar en mi tío abuelo Camilo, pasando frío y
tristezas, lejos de los suyos, pero sin perder la fe, y gracias a esa fe
inquebrantable que siempre le sostuvo la familia siguió unida, siempre unida,
mirando hacia el futuro con esperanza.
Jamás tuvieron el más mínimo disgusto,
sabían que se tenían los unos a los otros y siempre se apoyaron, en lo bueno y
en lo malo. Por eso cada Navidad, aunque algunos de los personajes de la
historia de mi abuelo ya no estuviesen con nosotros, los recordábamos y estaban
muy presentes.
Mi abuelo sabía que algo
los unía inexorablemente. Habían vivido demasiadas cosas juntos, y ese lazo es
ya indisoluble, por eso, cada Navidad, mi abuelo nos contaba esta historia,
recordándonos que Dios aprieta pero no ahoga.
******
Bueno, pues hasta aquí la historia. Fue tal cual, un tío de mi madre con el que vivía mi abuelo de soltero tuvo que ir a Madrid a hacer unos cursos y enfermó por la falta de recursos. Y al arreglar un abrigo que había comprado en el Rastro encontró los billetes. Y la escena del banco, a lo Pretty Woman, por desgracia, también es real.
Camilo vivió muchos años y siempre fue una persona muy muy optimista, yo creo que por eso siempre se le arreglaban las cosas.
Espero que no os haya parecido muy pesado el cuento, sé que la historia es larga pero al ser vivida por alguien cercano a mí me encanta y no quería recortarla mucho.
Por hoy me despido pero quería agradecer a Natalia, del blog Qué vida más fácil las tabletas de chocolate que me envió porque gané un sorteo que realizó. Estaban, y hablo en pasado porque han volado, buenísimas, y me encantó la presentación y la etiquetita escrita a mano, esas cosas me chiflan.
Mil gracias Natalia, me ha encantado.
Mmmmm, estaban riquísimas. Gracias Natalia. |
Un beso a todos y nos vemos mañana, a ver si os toca la lotería y sino que seais muy felices.
Tiempos muy duros..
ResponderEliminarBesos Marigem
Hola Suni. Siiii, tiempos muy duros pero ellos pudieron salir adelante y lograron que sus hijos vivieran, como mínimo, mejor que ellos.
EliminarBesitos Suni.
Me ha gustado mucho la historia. No pensé que sería real, cuando he leído lo del dinero del abrigo he pensado que menuda imaginación que tienes y mira por donde. La verdad que leer cosas así me hace pensar que hoy en día somos muy desagradecidos y deberíamos consumir menos y dar más gracias.
ResponderEliminarMuchos besos guapa
Hola!!!!!
EliminarMe alegra un montón que te haya gustado, de verdad.
Es increíble que ocurran cosas así, hablando con él llegamos a la conclusión de que ese abrigo quizás era de alguien que quería salir del país y al final no pudo hacerlo, porque si hubiese sido anterior a la guerra podría tener mil historias pero era relativamente reciente.
Y lo que es ser hijo único varón, si hubiese tenido una hermana seguramente a él no le habría enseñado su madre a coser, en aquellos tiempos era trabajo de mujer.
Un beso guapa.
Gracias por regalarnos la historia de Camilo, Marigem.
ResponderEliminarNo he comprado lotería, pero sí un boleto para la felicidad o, por lo menos, para la alegría que nos permita seguir adelante con el buen ánimo de Camilo: lo comparto contigo y con todas las buenas personas como tú. Nos toca premio, seguro. Un abrazo enorme.
Hola Carmen!!!1
EliminarGracias a ti por leerme.
La verdad es que era increíble, y otro día contaré la historia de cuando le tocó la lotería un año en que estaban literalmente a dos velas y apareció en casa de mi madre en Nochebuena, con un pollo y unos juguetes para mi madre y mi tío. Por entonces lo que tocaba de lotería era una ayudita, no te solucionaba la vida, pero este hombre siempre encontraba la solución en el último momento.
Un beso y seguro que nos toca premio, ese es el mejor que podemos tener.
Fue una suerte lo que le sucedió, no siempre es así pero me has hecho pensar en como era ellos, en sus historias, en sus manos llenas de callos por una vida dura, en la camadareria y la hospitalidad que hoy hemos perdido, cierto que hemos ganado calidad de vida pero hemos dejado muchos valores en el camino.
ResponderEliminarMaravilloso relato, Besines.
Hola!!!!!
EliminarSiiii, en aquellos años la vida era durísima, trabajando de sol a sol y cobrando poquísimo.
Pero los vecinos se ayudaban, las puertas de las casas estaban abiertas y jamás nadie robó nada y es lo que dices, hemos ganado mucho en calidad de vida pero yo no dejaría la puerta de casa abierta para bajar a por el pan, y eso que no tengo nada de valor pero es impensable hacer algo así.
Besos guapa.
Una historia preciosa que para nada se me ha hecho larga. Ya sé de dónde te viene tanto positivismo como siempre tienes. Un besazo
ResponderEliminarHola!!!!
EliminarHas acertado, gran parte de mi forma de ver las cosas me viene de la familia, y Camilo era uno de ellos, y mi abuelo también, tenían siempre fe y esperanza y no se ahogaban antes de tiempo, es algo que hemos perdido.
Besos guapa.
Es un relato maravilloso, no me extraña que haya ganado un certámen. Muy buena, muy enterncedora y tristemente cruda. En serio, he disfrutado mucho leyéndola :)
ResponderEliminarGracias!!!!! Bueno, lo de los certámenes puede se suerte pero me hizo ilusión porque es una historia familiar que me gusta mucho.
EliminarMe alegra un montón que disfrutaras, eso es mejor que ganar nada. ;)
La vida gira, ahora estás abajo..mañana estás arriba..vuelves a bajar..pero siempre se sale adelante de alguna forma. Me ha gustado mucho amiga, sobretodo la forma en que lo cuentas. Cada vez hay menos gente como esos vecinos por desgracia, pero todavía queda mucha gente buena. Que tengas unas fiestas estupendas con los tuyos.
ResponderEliminarUn abrazo ;)
Buenos días Rocío!!!! Es lo que creo, que la vida es cíclica y cambiante y nunca se sabe donde vamos a estar, pero al final todo se arregla, solo es cuestión de intentarlo.
EliminarSiiii, es una pena que la gente ya no sea solidaria y amable, que no podamos dejar la puerta abierta, aunque como bien dices sigue quedando gente estupenda.
Un abrazo enorme y muy felices fiestas también para ti y todos los tuyos.
Una bonita Historia para empezar la semana. Felices fiestas!!!!
ResponderEliminarMuchas gracias y felices fiestas a ti también!!!!!
EliminarJo que bonita. Me tienes llorando a moco tendido (las hormonas no ayudan a calmar la cosa) ains que bonita de verdad y que sensibilidad desprende tu blog, me encanta!
ResponderEliminarAyyyyyyy esas hormonas que malas son!!!!!
EliminarMe alegra muchísimo que te guste la historia y el blog, es un aliciente enorme para mí. Besos.
Hola: es un relato perfecto para esta época en la que vivimos. Los abuelos siempre son sabios y deberíamos escucharlos más. Felicidades por ganar el sorteo y ya leo que estaba todo buenísimo. Con respecto a los incendios provocados son devastadores. En Galicia también los sufrimos muchísimo aunque en estos días tenemos lluvias. No quiero acabar sin desearte unas Felicces Fiestas y que en el 2016 se cumplan todos tus deseos. Feliz Navidad!
ResponderEliminarHola Marta!!!!
EliminarYo creo que si escuchásemos a los abuelos las cosas irían mucho mejor.
Gracias!!!! El chocolate estaba riquísimo, ha volado,jajaja.
Ayyyy los incendio, más de 110 en pleno diciembre y el día de las elecciones, es que yo no sé que creer.
Muy muy felices fiestas a ti también, y que 2016 sea un gran año.
Feliz Navidad!!!!!
Que bonita historia, y más sabiendo que es real. Me esperaba algo así cuando he leído que se compró un abrigo de segunda mano.
ResponderEliminarVaya ricos que tenían que estar esos chocolates.
Hola!!!!1 La verdad es que a veces la realidad supera la ficción.
EliminarAyyyyyy esos chocolates estaban de muerte!!!!!
Un abrazo.
¿A qué si? Ellos lo sabían todo.
ResponderEliminarMe alegra muchísimo que te gusten las historias y que te relajen.
Siiii, el boleto de la felicidad es el mejor y ya tenemos premio.
Besos y felices fiestas.
he visto lo de los incendios en la tele, me parece terrible :(
ResponderEliminarme ha encantado el post, es una historia muy bonita y llena de sentimiento!! ah y enhorabuena por haber ganado ese sorteo!!
un beso guapa!!!
Hola!!! Es espantoso, cómo han podido producirse tantos? espero que esto no quede así.
EliminarMe alegra mucho que te guste, la historia ocurrió de forma muy parecida, es increíble pero a veces la realidad supera a la ficción.
Besos.
un precioso relato con final feliz, que sin duda merecía el premio que recibió. pagar el alquiler o su equivalente actual, la hipoteca, es algo muy de actualidad.
ResponderEliminarqueda abierto a la imaginación del lector si el dinero bajo el forro de ese abrigo fue un descuido de la persona a la que perteneció y sus familiares al no darse cuenta de que estaba allí... o si fue puesto intencionadamente. en cualquier caso, la señora de aquel puesto le salvó la vida al venderle aquel abrigo y regalarle el costurero.
qué disfrutes del chocolate, jeje. a mí también me han regalado una tableta de esas de nestlé con frutos secos y pasas, en el amigo invisible del foro de esther. pronto ya no existirá. ;)
besos, gema!!
Hola!!!!
EliminarMe alegra mucho que te guste, la verdad es que el tema sigue siendo actual, han pasado sesenta y muchos años y seguimos igual.
Yo no sé que pensar de ese dinero, hemos hablado muchos, unos creen que esa persona quería salir del país llevándose el dinero, otros que no tenía donde guardarlo y en lugar de meterlo debajo del colchón como hacían antes lo metió en el forro, no sé pero siempre me ha intrigado porque era una cifra grande en esa época.
Ayyyy el chocolate, menudo vicio, a lo tonto nos hemos ventilado las cuatro tabletas,jajajajaja. Seguro que te encanta, es un regalo genial.
Un besito y hasta mañana.
Hola Marigem!! Gracias por compartir la historia, pues invita a reflexionar acerca de los bienes materiales y de lo realmente importante, el arrope humano, de familia y amigos. Me ha gustado. Creo que he estado sin pertañear mientras lo leía. Un saludo
ResponderEliminarHola!!!!
EliminarMe alegra muchísimo que te guste y que invite a reflexionar, mi intención cuando lo escribí era esa, valorar lo que tenemos y no ser tan materialistas.
Un besito y gracias por tus palabras.
Preciosa historia, nunca hay que perder la esperanza. Un besito
ResponderEliminarEl blog de Sunika
Gracias!!!! La esperanza debemos mantenerla siempre.
EliminarMuy felices fiestas.
Marigem
ResponderEliminarQue historia más bonita, y encima una historia real, y encima en estas fechas navideñas, para demostrar que nunca hay que perder la esperanza. Gracias y felices fiestas.
Hola!!!!
EliminarMe alegra muchísimo que te guste. Al ser real a mí me parece muy esperanzadora, al final siempre se acaban arreglando las cosas, solo hay que intentarlo.
Muy felices fiestas a ti también.
¡Qué bonita historia y qué relato tan bien narrado! Y es real... qué maravilla, un pequeño milagro de Navidad. Fue una suerte que Camilo encontrara ese dinero en el abrigo, como decía tu abuelo (y los míos también) es cierto que Dios aprieta pero no ahoga. Me ha encantado tu historia.
ResponderEliminarQue pases con tu familia una maravillosa navidad, Gema. Muchos besos a ti y los tuyos.
Hola!!!!!
EliminarMe alegra muchísimo que te guste.
La verdad es que fue un milagro absoluto.
Deseo de corazón que tú también pases una Navidad maravillosa, muy muy felices fiestas.
Besos.
Buahhh son historias que parecen de película. Es más, esto lo ves en una película y piensas menuda mentira y zas es verdad. Me parece preciosa historia y el que sea tan real que gente auténtica a pesar de muchas dificultades siga siendo tan optimista. Me encantaría ser así. Mil gracias por compartir la historia y tus palabras sobre el detallito que ilusión que te hayan gustado y que hayan volado. Verdad que estaban muy buenas? Jijiji. Un besazo preciosa y disfruta mucho de estas fiestas con tu familia.
ResponderEliminarSiiii, perece totalmente increíble.
EliminarMe alegra un montonazo que te guste, la verdad es que algunos de mis familiares eran y son muy optimistas.
Segur que tú también lo eres, lo que pasa es que ahora llevamos un ritmo de vida y consumo que nos mantiene constantemente preocupados.
Un beso enorme y las chocolatinas estaban buenísimas, nos gustaron mucho.
Besos y muy felices fiestas.
Siempre es un gusto leer este tipo de historias leyendo esta tan bonita me ha recordado las tardes que escuchaba a mi abuelo embobada relatos de antaño.
ResponderEliminarFeliz Navidad guapa!
Hola!!!!
EliminarMe alegra mucho haberte ayudado a recordar las historias de tu abuelo. Ayyyy cuánto se les llega a querer!
Feliz Navidad.
Què bueno que no la resumiste porque cada detalle es màs precioso que el anterior. UN cuento muy bonito y lleno de positivismo, comparto esa opiniòn de que Dios no desampara a ninguno de sus hijos.
ResponderEliminarCon el tema del empleado dle banco, hace poco saliò en las redes sociales una denuncia de una joven que fue a cobrar el cheque de abuela con alzeimer y no se lo dieron. Le dijerom que tenìa que llevar a su abuela, en persona. Como no tenìa silla de ruedas ysu abuela no camina, al llegar al banco pidiò una silla de ruedas y no tenìan, aclaràndole que la debìan llevar cargada hasta la caja a cobrar. La joven les suplicò que fueran hasta el carro, a pocos metros de donde se encontraban conversando, para confirmar que su abuelita estaba en el auto en espera y que el taxi estaba cobrando por la espera, pero la mujer del banco le dijo que no. La joven, fue por su abuelita al taxi, la bajo en sus brazos, la cargò hasta la caja, le dieron el dinero a la abuela y se fueron.
Cuando se hizo pùblica este sobre esfuerzo exigido a esa buena nieta, que calificò el trato recibido en el banco como inhumano y humillante, todos quedamos indignados porque carga una persona cuesta y toamando en cuenta la fragilidad de una ancianita, es encima peligrosìsimo. Bueno Marigem, me complace en decirte que a esa desgracida del banco la despidieron.
A veces la gente se pone bruta, se pone mala, se pone egoìsta y hasta discrimina otros por sus apariencias, como en el caso de tu tìa abuelo. Y yo sòlo pienso, ¿còmo haber gente asì que sufre consecuencias?
Hola guapa!!!!
EliminarMuchas gracias por tus palabras.
Qué espanto la historia que cuentas,¿cómo puede haber personas tan inhumanas?
Me alegra que la despidieran, realmente es mala persona.
Esperemos que el mundo vaya mejorando y dejen de juzgar por las apariencias.
Un besito.
Me encantan las historias con final feliz, la vida es sorprendente y mira por donde la felicidad de Camilo estaba en un abrigo de segunda mano! Un besin y felices fiestas.
ResponderEliminarhttp://www.solaanteelespejo.blogspot.com.es/
Hola María!!!!
EliminarSiiii, la vida siempre logra sorprendernos.
Beoso y felices fiestas a ti también.
Es una historia preciosa. Yo también pienso que a Camilo se le solucionaban las cosas debido a su optimismo y ganas de luchar por los suyos. Me ha encanta!! Por otro lado es una pena enorme lo que esta pasando con los incendiis :(
ResponderEliminarUn besazo Marigem
Muy chulo!! Suena casi a novela de Galdós.
ResponderEliminarPienso que estas cosas, más que cuestión de suerte, es cuestión de actitud. La actitud que tenemos ante la vida es lo que hace que para dos personas con dos situaciones idénticas, algo sea horrible y para otra no.
Me ha encantado la historia!!
ResponderEliminarEspero que pases unos días estupendos disfrutando de los tuyos
Un besitoo
Gracias por compartir esta historia. Me ha llegado, de verdad. Me ha recordado que hay que mirar al futuro con esperanza, y fortalecernos con lo que realmente importa. Me he hartado de llorar. Feliz Navidad! Muchos besos.
ResponderEliminarMuy bonita historia, Marigem. La realidad siempre supera la ficción.
ResponderEliminar¿Ganaste en Fergutson? Es que creo que ya la he leído, no me es desconocida...
Un besito y ¡Feliz año!
Que buena historia ,bien dicen que la realidad supera a la ficción y en estr caso asi fue ,es increible pero esas cosas pasan y suceden cuando menos lo imaginas ,creo que parte de que a alguien le suceda o no depende de su actitud ante la vida ,el que pese a lo dificil de las circunstancias podamos actuar bien y hacer lo correcto .me imagine a tu abuelo y el fuego y la navidad llena de ese relato ,me agrado senti casi casi el calor de hogar como si yo estuviera ahi,excelentes recuerdos un abrazo!
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